dos mil trece catorce

El final de este año se abalanzó sobre mi como un kaijú, lo sentí desmoronarse con estrépito desde principios de diciembre mientras yo corría, corría, agarrada de la mano de esa Reina Roja a la que -a veces a pesar de mi- persigo.

Y, entonces, se acabó. El día 20 agarré mi maleta, a mi perro, y me fui a pasar unos días a la casa de mis papás. Esos días siempre son como una suspensión en el tiempo, algo así como el uayeb maya. Pasar tiempo con mi familia siempre me sitúa de nuevo en la vida, me recuerda lo que soy y lo que quiero, me reconecta conmigo misma y con lo que es importante en el mundo. Y me hace engordar.

Luego entonces, aquí estoy. Lista para saltar al 2014 agarrada de la mano de Héctor, la que ya no espero soltar nunca mientras vivamos encima de esta piedra que le da vueltas al sol.

Este año descubrí el secreto de la abundancia. Empiezas agradeciendo todo lo que tienes. Después, lo disfrutas lenta y conscientemente en vez de desperdiciarlo porque lo tienes. Entonces todo se multiplica. No hay tiempo para desperdiciar el amor, la alegría, el trabajo. No es inteligente desperdiciar el dinero, a tus amigos, tus bendiciones. Si logras no desperdiciar la vida, entonces tendrás vida en abundancia. 

Así pues, desde la gratitud y la alegría -a pesar de los tiempos difíciles que vienen- les deseo vida en abundancia.

Y ya me voy a ponerme mis calzones rojos.