(La primera parte de este post está
aquí).
El cine me (nos) ha llenado de ideas sobre lo que pasa en los nacimientos. Se te rompe la fuente de imprevisto, cuando menos te lo esperas, y luego todo son prisas y carreras y caos universal. Mi ginécologo, un hombre serio en apariencia pero con un sutil y refinado sentido del humor, se la pasó queriéndome decir que no, que nada nos iba a agarrar de sorpresa. Y así fue. El día que nació mi hija amaneció como cualquier otro día, Héctor y yo fuimos al consultorio, el doc nos dijo "nace hoy" y nos dijo que fuéramos a comer algo y luego con calmita nos veíamos en el hospital. Nos dió tiempo de regresar caminando a casa, comer, hacer llamadas telefónicas y hasta de actualizar facebook.
En el post anterior me quedé en la parte donde las contracciones eran muy dolorosas, por ahí de las 7 de la tarde. Cuando el anestesiólogo llegó (tráfico de viernes en la ciudad de México de por medio) yo le había prohibido a Héctor que siguiera sacando fotos porque hasta oir el clic de la cámara me dolía -menos mal que no me hizo caso-. Luego, una inyección directamente a la médula espinal. Comparado con el dolor de las contracciones, esa inyección fue un pellizco.
En algún momento leí que con la epidural puedes perder toda la sensibilidad en la parte baja del cuerpo e incluso la fuerza necesaria para expulsar al bebé por el canal de parto. Yo no perdí ni una cosa ni la otra. Seguí sintiendo todo mi cuerpo sólo que el dolor se mitigó y pude empezar a disfrutar la experiencia.
Mi parto fue una fiesta. Otra vez, no quiero confundir a nadie. En ningún momento dejé de sentir
el rigor. No fue un paseo por el campo (por algo se llama "trabajo" de
parto) pero nunca me sentí abandonada o temerosa, tampoco sentí la
proverbial falta de respeto que muchas mujeres relatan de sus
experiencias hospitalarias. Todo lo que escuché fueron instrucciones precisas y porras (desde "lo haces muy bien" hasta "Héctor, deberían tener ochos hijos, tu mujer está hecha para parir"). Si tuviera que usar un solo adjetivo para describir mi parto, diría que fue divertido. ¿Divertido como ir de
shopping o como la montaña rusa? me preguntó
@bere_jh. Como la montaña rusa. Sientes el peligro pero sabes que no te va a pasar nada. Fueron horas intensas y llenas de alegría.
Cuando llegó el pediatra me pasaron a la sala de expulsión. Traté de poner la mayor atención posible en lo que estaba pasando: un trabajo en equipo preciso, cargado de emoción. Todos atentos y ocupados pero nada solemnes, hay sonrisas que salen en las fotos. Aquello era un gentío (Héctor, tres médicos y me parece que tres asistentes) y el sitio estaba lleno de energía. Respira, puja. Tres pujidos bastaron.
Entonces escuché el llanto de mi hija. El pediatra, quien había estado brincoteando por todos lados y usando la cámara de Héctor para tomarse
selfies con las enfermeras, se transformó en un hombre
delicado que con agilidad revisó los reflejos de mi hija y me la puso en
el pecho, me dijo que le hablara y la besara, que la mirara a los ojos.
Nunca voy a olvidar la primera mirada de ella, extraviada e intensa a
la vez, enorme. "Hola, bebé. Yo soy tu mamá. Soy tu mamá" y el contacto
con su piel nueva.
Tuve suerte, quizá. No sólo porque no hubo ninguna complicación y porque a lo mejor mi cuerpo si está hecho para parir. Tuve suerte porque se hicieron cargo tres doctores que disfrutan su trabajo. Fue estupendo ser tratada con tanto cuidado y con tanto amor, recibir instrucciones tan precisas a cada momento, sentir como Héctor fue incluido en el proceso. Mi parto con "un poquito de ciencia" fue perfecto.
Decidí escribir estos posts porque mis amigas me han preguntado cómo fue la experiencia. También porque he escuchado comentarios sueltos sobre el miedo al dolor de parir y porque los partos como el mío (hospitalarios y medicalizados) son los que tienen peores relaciones públicas. Se da por sentado que este tipo de parto se ha impuesto mayoritariamente y todas las demás opciones son las alternativas que se salen de la regla y un poco por ende son mejores alternativas. Ya sé, cada quien habla de cómo le fue en la feria y a mi me fue muy bien. Si tuviera oportunidad de cambiarle algo a mi parto no le cambiaría nada. Nadita nada.
Al final, lo que me parece fundamental es estar informada pero informada en serio. Decidir lo que quieres. Confiar en quién sea que esté a cargo. Esa fue mi verdadera buena fortuna.
***
Como cereza del pastel, estuve encantada de que los tres médicos que nos atendieron son egresados de la UNAM. Qué le hacemos, uno que siente cariñito por el
alma máter. Espero que ellos me atiendan en el embarazo y parto de mis ocho hijos (dicen que el quinto es gratis).
Por si a alguien le sirve o le interesa, los doctores que menciono en los posts son Mario Martínez Ruiz, ginecólogo y obstetra (
más info aquí); Enrique Tovar, anestesiólogo (
info) y el neonatólogo Rodolfo Rivas (
info). Con Rodolfo seguimos yendo a cita cada mes, siempre llega al consultorio en un caballo blanco como su bata (¿o quizá es un Audi R8?), es alto y fornido como Christian Grey y cada vez me vuelve a mencionar las bondades de la leche materna. Puedes seguirlo en twitter
aquí.