Mamá yo quiero saber...

Yo hago teatro y me encanta el teatro, sin embargo de unos años para acá disfruto mucho más la danza. Un tema del que no sé nada, pero he tenido la buena fortuna de ver trabajos maravillosos. Creo que el momento en que topé de frente con la belleza absoluta de la danza fue en 2005, en el festival de Avignon, un trabajo de la compañía Última Vez dirigida por Wim Vandekeybus (Puur, se llamaba la pieza).

La danza, como el circo y como otras expresiones escénicas que pasan de la historia, el personaje y el discurso (no siempre pero con frecuencia), son más directas en el camino a las emociones del espectador y muchas veces más eficaces que el teatro, donde uno suele encontrar muchos chapuceros.

Hoy terminó el Festival Cervantino y este año uno de los invitados de honor fue Cataluña. Acá en el DF programaron a la Gelabert-Azzopardi Companyia de Dansa, quienes presentaron dos piezas: Psitt!! Psitt!! y Viene regando flores desde la Habana a Morón, muy distintas la una de la otra. Si tuvieron la oportunidad de ir a verlos y no lo hicieron, pues se lo han perdido en serio.


Ahi tienen que la primera pieza, inspirada en el mundo creativo de Erik Satie, es absolutamente encantadora. Tercera llamada, se levanta el telón y hay seis bailarines en escena. Mueven apenas un brazo, una pierna, y ya les amaba. Más allá de la precisión técnica, la pieza es divertida, con un sentido del humor amoroso y ligero, llena de momentos sorprendentes (yo espectadora, me estaba dejando mecer cuando de pronto algo aparecía en escena, un momento apenas, y era inevitable reir o estremecerse).


La segunda pieza es menos lograda. Quiero decir, posee ciertos altibajos causados por inevitables referentes culturales. El programa de mano pone "los bailarines nos descubren su magnetismo al son de vibrantes rumbas, boleros o sones". Hay cuatro músicos en escena que tocan los ritmos afrocaribeños. Al momento del aplauso final es evidente: los músicos son quienes se llevan las palmas. Y es que resulta muy difícil conmover igual que un cantante que interpreta de manera extraordinaria Lágrimas negras. La pieza inicia con un espacio referido a un salón de baile típico de América Latina (recordé La Habana, por supuesto). Lo que sucede es que la música, tan conocida por nosotros espectadores y tocada en vivo, termina comiéndose a los bailarines. Sin embargo, hay momentos donde se les percibe muy festivos, derrochando energía y alegría, y eso hace que la pieza vuelva a ser hermosa. Es disparejo pues. Cuando el baile se vuelve íntimo, pequeño, y presuntamente muy sensual, yo no pude evitar las comparaciones: un bailarín con un cuerpo perfecto -todos ellos y todas ellas eran atractivos, guapos, bellos en escena pues- que de ninguna manera alcanza a tener el sabor de un cuarentón con barriga en una plaza pública, bailando con su pareja. Cuando las chicas -por dios que era imposible quitarles los ojos de encima- sacuden los hombros, jamás alcanzan la coquetería de cualquier mujer habitual de La Flor del Son. Sin embargo llega un momento en el que algo sucede y todo empieza a suceder.

Y tras un aplauso muy pero muy cálido, músicos y bailarines nos regalaron un encore, improvisando, fortísimo. Músicos y bailarines absolutamente talentosos regalándose con total generosidad. Un final que volvió dichosa mi tarde de domingo.


6 comentarios

  1. Siempre es bonito que te emocione el arte, para mi son los sentimientos puestos en escena.
    Besitos
    Vivi

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  2. Tal y como lo has contado consigues que quien no fue se muera de la envidia...
    Besos

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  3. ¡Qué bonito y qué apetecible! No conozco mucho la danza, pero cualquier expresión de arte siempre me encandila.
    Besos.

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  4. Hola!!
    Que linda la danza!! en mi niñez estudie diez años !! luego pasé a la actuacion pero de ahi sali corriendo hacia el periodismo!!

    beso!
    Lore

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  5. Hola! gracias por pasarte por mi blog. Aca en Argentina estamos en primavera!!!
    Beso

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